sábado, 1 de mayo de 2010

La ciencia freak

Fringe, del mismo creador de Lost, es una serie donde las teorizaciones menos creíbles y más deslumbrantes de la ciencia se han convertido en una posibilidad. Con ciertos parecidos a los Expedientes X, en Fringe, una de las novedades serán los viajes entre universos paralelos.





Enseguida la comparación con Expedientes X se presenta desafiante y se acuclilla aguardando a que los capítulos pasen y podamos responder a la pregunta sobre cuánto hay de cita, de legado en Fringe, y cuánto de refrito. Es que también se tata de una división especial del FBI siguiendo casos inexplicables, misteriosos, y clasificables como secretos de estado. De a poco la serie de J.J. Abrams se despega en varios puntos de la de Chris Carter. Los conflictos son otros, el acento no está puesto en generar una sensación de paranoia derivada de los ocultamientos del gobierno y los boicots a las investigaciones de los protagonistas, como permanentemente padecían Mulder y Scully. En Fringe, Olivia, Peter y Walter, no tendrán en el mismo FBI un gran obstáculo. Y no lo habrá sencillamente porque estos personajes lidiarán con una verdad de primera mano.
La chica ahora es rubia, no colorada como Dana. Su nombre es Olivia Dunham, y no es médica, ni tampoco tiene el lugar de la científica escéptica. Sí es una agente del FBI, que se encuentra con un caso que la mete de lleno en medio de estos hechos asombrosos. De fisonomía y porte nórdico (su padre es estonio), la actriz australiana, Ana Torv, hace a Olivia. Ella es dulce y valiente, de una belleza, que si bien no logra borrar el traje masculino que usa, tampoco llega a ser perturbadora como para que olvidemos seguir la historia. A Torv no le sobra nada, cubre con cierta candidez baches gestuales y el déficit de no realzar las complejidades de su personaje. Diferente que Scully, que no tenía mucho para parecer linda, y lo terminaba siendo, Olivia, se lava en la complejidad de la trama y solo cristaliza en los ojos claros y las pecas imperceptibles del rostro de belleza glaciar de Torv.
También, como Scully, es soltera, y obviamente aguardaremos pacientemente que madure, muy lento, bajo un sol a cuenta gotas y durante varias temporadas, el romance con el muchacho. Él se llama Peter Bishop, de pasado ligeramente delincuencial aunque con coeficiente intelectual elevado (les encanta esto del "IQ" a los norteamericanos), dato que lo destaca como rebelde pero inteligente. Peter, es el actor Joshua Jackson, conocido por su personaje Pacey, de Dawson creek. Él será el encargado de contener a su desvalido y mentalmente frágil padre, Walter, quien es un científico que trabajó en un laboratorio en el subsuelo de la Universidad de Harvard, haciendo experimentos que rebasaban el límite de lo ético, hasta que un accidente en el que murió una asistente, lo recluyó en una institución de salud mental durante 17 años.
Walter, John Noble, será el faro actoral desde donde surjan las compensaciones de todas las faltas de relieves del resto. Es que su papel tiene de todo, es el científico loco, vuelto de su propia locura, arrepentido de sus actos arrogantes y desafiantes de las leyes del universo. Es el que aporta el humor al relato salvamundista, mórbido e intrincado de la serie. El que comerá un sandwich mientras disecciona cuerpos que han muerto derretidos por un virus, o que intente preparar una malteada especial en el medio de la autopsia de una persona que ha sufrido mutaciones genéticas, o se entusiasme cuando les toquen casos como el del cuerpo que ha quedado a la mitad por un accidente, mientras atravesaba un objeto sólido desafiando las leyes de la física.
Fringe, se ocupa de los temas de la ciencia marginal, ésa que cae en la pseudociencia y que transgrede las limitaciones éticas: neuroimplantes, telepatía, piroquinesis, modificaciones de ADN, traslaciones temporales, pasaje a universos paralelos, etc., dan forma a las posibilidades temáticas de la serie. Todo esto combinado con la experiencia de vida de Walter, que ha trabajado desde los años 70 con estados alterados de conciencia, experimentando con LSD y toda clase de drogas, que cita a Carlos Castaneda y que sostiene que la vida y la muerte son datos culturales.
Al igual que en la otra serie, aún más exitosa de Abrams, la casi finalizada Lost, la única frontera de lo posible, parece estar dada por lo tradicionalmente reservado a dios: el don de la vida o el regreso desde la muerte. En la serie de la isla, el único que parecía haber trasgredido esta regla, John Locke, soportará la ilusión sólo unos capítulos. Y en Fringe pasa lo mismo, aunque se teoriza sutilmente sobre estos conceptos, no se avanza demasiado sobre revertir el proceso de la muerte. Llegan hasta el umbral de comunicarse con los muertos o sacarles información de su cerebro.
El cerebro y toda su parafernalia son una de las grandes estrellas del mundo científico, sobre todo desde el avance de las neurociencias y los estudios sobre el almacenamiento de información. En Fringe, encontraremos muchos experimentos sobre la memoria que serán fundamentales para la historia, otros frecuentes sobre el intercambio de información a través de una apertura de la percepción lograda con drogas y la neuro estimulación. Uno de los personajes, debido a neuro experimentos que se le han practicado, será una especie de Neo de Matrix, el elegido, el encargado de percibir cosas que los demás no pueden. Es donde Fringe, roba del universo del comic, de los X Men por ejemplo, un súper héroe freakoide, encargado de salvar al mundo de las atrocidades venidas del más allá.
Sí, del más allá, porque la serie va hacia el combate con fuerzas nada locales, que no vienen del espacio exterior como en los Expedientes X, ni del futuro como en Terminator, sino de un universo paralelo que la ciencia ha descubierto y sigue investigando como atravesar. Si Lost, consigue su gran fuerza narrativa de los viajes en el tiempo, al que acostumbra antes al espectador con las frecuentes idas hacia atrás en la línea de la historia, Fringe, la obtiene del conflicto con esta dimensión alternativa, en donde todo sucede en un mundo casi igual, pero que en ese casi guarda matices inimaginables por descubrir.
Con Fringe, Abrams, sigue sumando en el rumbo de las series que desafían al espectador, narraciones complejas, tramas intrincadas, que requieren atención, un seguimiento más o menos regular de los episodios, y sobre todo una mente abierta para considerar verosímiles osos polares en una isla, o que nuestra preciada realidad es una imagen tan acabada como la de los elefantes sosteniendo el mundo que imaginaban algunos mapas medievales.

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