jueves, 25 de marzo de 2010

La memoria es una política


Decir que estudiar la historia sirve para no repetir los errores del pasado es un axioma tan insuficiente como creer que porque sé que el tabaco mata no voy a fumar. Siempre existen relaciones complejas con el pasado y con el recuerdo como para extraer del ejercicio de su actualización la idea de que no se tropezará de nuevo con la misma piedra.

La cosa se complica si pensamos en la historia como un relato. Por un lado tenemos los hechos que indiscutiblemente ocurrieron, por ejemplo: el 24 de marzo de 1976 se interrumpió un gobierno constitucional a través de un golpe militar con gran apoyo y anuencia de la sociedad civil. Ahora, cuando estos hechos se desarrollan y son encarados antes, durante y después, tratando inclusive de evitar sus causalidades y sus consecuencias, el relato igualmente se conforma. Es imposible no inscribir en este relato un punto de vista. Una ubicación desde la cual mirar, sentir, posicionarse para narrar esos hechos.

Se obtienen así muchos relatos acerca de esos hechos, inclusive algunos que nos parecerán indignos e inmorales, y que necesariamente dejaremos afuera de nuestro registro de lo que la historia significa.

Así entendida, la llamada lucha por la memoria, es la lucha por un relato de lo ocurrido. Necesariamente recortará esos hechos en una óptica determinada, dejando a la sombra otros que no serán rescatados. El recuerdo necesita del olvido, no existe memoria plena, es imposible una historia a lo "Funes el memorioso".

Por lo que vemos, el recuerdo, lo que necesariamente no se quiere olvidar, es inherentemente un hecho político que ejercita de manera continua un relato. Por otra parte la historia nunca se hace mármol, está llena de vida. Respecto de nuevas experiencias, esos hechos son abordados desde otros puntos de vista, son contrastados inclusive con situaciones posteriores y generan habitualmente lecturas distintas. Seguir haciendo coincidir el relato socialmente legitimado con lecturas nuevas y con la presión de los otros relatos que han sido dejados de lado en el tiempo, seguirá siendo también un hecho político.

El olvido como relato

El olvido no es posible como relato. No puede haber un agujero en la historia, ni un salto cronológico, en el que se quiera ubicar un puente que desde determinada fecha del pasado llegue al presente sin escalas. Pero aquellos discursos que preconizan el olvido del pasado, están interviniendo políticamente para suplantar el relato vigente y legitimado culturalmente. Seguramente será por otro relato en donde ellos queden exceptuados de errores, o destacados de cierta manera casi heroica.

Por eso, no hay plebiscito, ni justicia dilatada que pueda exterminar los relatos sobre el pasado. Por eso los actos y los feriados dedicados a la memoria son entendibles como un espacio y un momento donde revalidar, pero también disputar con otros relatos, el predominio sobre el recuerdo del pasado.

Así es como en la plaza de ayer también se vieron matices en el ejercicio político de la memoria. Algunos sectores de la izquierda disputando con las madres y abuelas a las que consideran seducidas por un oficialismo que hace demagogia con los derechos humanos. La prepotencia de la disputa por el recuerdo llenó de bombas de estruendo el espacio de la plaza cuando los artistas desde el escenario intentaban ser escuchados por los el resto de los que habían asistido. Potenciados por una cantidad de parlantes que por momentos pisaba el discurso del escenario principal, mostraron su bronca y su descontento por no ser incluidos en la convocatoria general en la que querían participar hablando mal del gobierno desde el centro de la plaza. Optaron por la periferia, y arriba de un remolque desde el que curiosamente también transmitía encaramado uno de los canales de la corporación mediática más criticados -C5N-, dijeron lo suyo.

La memoria no es la capacidad de almacenamiento

La ciencia se ocupa actualmente de buscar la posibilidad de ampliar nuestra memoria. Primero con los dispositivos de almacenamiento, y luego con la incorporación, cada vez menos de ciencia ficción, en nuestra propio cuerpo de elementos que potencien nuestras habilidades para registrar y guardar datos.

Inclusive, ya con las redes, la información acerca del pasado que podemos manejar, nos rebasa. Pero lo importante sigue siendo cómo hagamos hablar a esos datos. Esos datos por sí solos no constituyen un recuerdo. La memoria es y seguirá siendo el relato de los hechos, la combinación de esos datos en una orientación precisa.

Por eso, evitar la repetición del pasado no se logrará con solamente conocer algo de esa bastedad inabarcable que es la historia, sino a través de una política determinada sobre el recuerdo.

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