sábado, 13 de diciembre de 2008

El ídolo

El viernes último, Adán Jodorowsky, el hijo cantante, del cineasta y escritor, Alejandro Jodorowsky, debutó en los escenarios porteños con la presentación de su nuevo disco en español. “El ídolo”, es el título de este material, y también el nombre del personaje que él ha desarrollado para mostrar en su show e intentar conquistar el público.






Se abre el telón y la banda comienza a hacer alarde de sus instrumentos vintage, y su sonido ajustado. Luqueados entre una suerte de Kings of Leon y The Strokes, los músicos construyen el colchón sonoro en el cual comienza a abrirse paso lentamente un flaco alto de bigote finito y chaqueta bordó brillante. Pantalones ajustados, camisa negra al cuerpo y abierta para que se vean los pelos en el pecho, el cliché llega al borde del escenario y se detiene contemplando su público con algunas muecas que recordarían a las de Sandro: es el ídolo. El público lo contempla con simpatía, pero el actúa como si lo hiciese con un desenfreno que lo cegara, y aprovecha para trazar los primeros pasos de baile con los cuales comienza a dar signos de su estilo y sensualidad. Es un dandy, es un ridículo, es un playboy, es un mamarracho, es un cóctel de sensualidad e ironía. El ídolo al principio no se vuelve tanto sobre sí, poniéndose en ridículo, se muestra sin fallas, es un fiasco, pero no trastabilla, todo está depurado para el show y la conquista de los corazones femeninos.
A diferencia de la seducción extravagante de Adrián Dárgelos (Babasónicos) Adanowsky, y su personaje el ídolo, tienen otro porte, otro físico y algo de la ridiculez se mezcla con buenos músculos y movimientos de baile estudiados y ensayados. Su escena se parece, más que a un estilo Adam Green, que deja ver las construcciones del personaje –y en eso se parodia a sí mismo–, al Beck de Midnight Vulture, en donde el circo freak se ordena borrando los caracteres que lo han configurado, para entregar un show pop.
La presentación es un tema en francés, con mucho rock, mostrando que la banda tiene un sonido consistente y diverso en el que pueden escucharse también los primeros toques de música de cabaret que estarán presentes en todos sus temas. Luego llega El ídolo, la canción que describe la intención de este personaje: hipnotizar al público con su voz y sus bailes sensuales. El histrionismo de las caras sugerentes del ídolo, son sí, el punto de ruptura del verosímil del galán y la entrada a la parodia de sí mismo. Es imposible creer que esas caras son otra cosa que la representación de la seducción melosa y exacerbada, y por lo tanto las primeras risas ya se escuchan con estruendo. La música también hace lo suyo, suena como proveniente de una boite de los 70’, y allí el ídolo se siente un adonis infalible, gira y no para de realizar movimientos de destreza a lo Elvis o James Brown.
Estoy mal, es el tema que sigue, en donde el ídolo, confiesa lo mal que se siente, “infinitamente mal”, su angustia frente a la búsqueda del público y la construcción de su identidad como encantador de masas. Sobre el final del tema hay una especie de coreografía de cabaret que comparte Adanowsky con otros dos músicos, datos de histrionismo y show que también más adelante incorporarán una muñeca a la que cortará con un cuchillo en una suerte de budú sexual.
El personaje del ídolo, o Adanowsky mismo, tomará la guitarra acústica para hacer un tema casi intimista donde habla del deseo de acostarse con su madre. Es el punto límite del grotesco que el personaje se permite, una canción no-show, de un tema tabú que no despierta muchas simpatías. Pero luego levanta el tono con otro de los temas pegadizos y fáciles de corear de su disco, No, en el que se escucha una melodía y una voz que recoge algo de Leonard Cohen y la tradición de la canción francesa. Habla del amor y de su sustancia etérea y onírica, con humor como en el resto de sus letras, pero con menos ironía y mayor reflexión sobre las sensaciones que el amor provoca.
Después del solo de guitarra de Etoile eternelle –que también canta en francés–, el guitarrista cae al piso y Adanowsky solicita a alguna chica del público para que con un beso lo reanime. Prácticamente todas las chicas presentes levantan la mano. Es que ese ídolo falso, esa creación que se burla de las fantasías de estrellato de los músicos y cantantes, recogiendo de cada uno a los que imita y parodia, rasgos distintivos, ese remedo de astro exitoso sex symbol, las ha conquistado. O tal vez ellas también juegan a ser las fans histéricas e incontinentes ante el charm, que despliega el galán. Pero lo cierto es que una chica sube y besa más o menos apasionadamente, no sólo al guitarrista sino a todos los músicos.
El show cierra con casi una performance. El ídolo, baja a mezclarse con su público, que prácticamente no lo toca, él es irreal, de otra sustancia, luego vuelve detrás de la valla de contención y convoca a una nueva ronda de besos a todas las chicas. Ahora besa a las que se lo piden, y a las que no también, porque las invita a que se entreguen, a que se permitan el desenfreno. Sube de nuevo al escenario, con cierta incomodidad, debido a sus pantalones ajustados, y con más pasos de baile entona un rock a lo Jerry Lee Lewis afrancesado, que tiene un estribillo parecido a “quiero llenarme de ti”. Luego de amenazar con quitarse la camisa, lo hace. Ese es el punto cúlmine: el cuerpo deseado, develado en el escenario, verdad o farsa, sensación o representación, el show ha terminado. El ídolo ha cumplido su sueño, ha conmocionado y besado a las muchachas y ahora espera, –¿en bata tal vez?– las visitas en su camarín.


1 comentario:

Anonymous dijo...

No escuche jamas a este muchacho... pero no es un recurso viejo la "velada" ironia ?
Despues de leer el post, me da ganas de escuchar nuevamente, despojado de biblioteca a Sandro, Nino Bravo y Rocio Jurado.
Y atreverme por fin al pop infernal de Valeria Linch, igual el hemisferio derecho, me hace bajar el disco de este muchacho, tan frances !

Daniel