miércoles, 26 de noviembre de 2008

Viaje a Wes Anderson













El personaje de una casi rapada Angelica Houston, les dice a sus tres hijos que han ido a buscarla hasta una suerte de convento católico en el Himalaya: “Tal vez podríamos intentar expresarnos sin palabras”. Los cuatro se sientan haciendo un círculo e intentan transmitir con sus rostros, tal vez por alguna forma extrasensorial, sus emociones y pensamientos.

La banda sonora comienza a desplegar un tema musical cantado por una voz similar a la de Jim Morrison, y nuevamente estamos viajando. Esta vez es un viaje por los estados de cada personaje, qué es en lo que está pensando cada uno, cuáles son las imágenes que los convocan, y enlazadas éstas nos devuelven un film imaginario. Todo suena al ambiente de los clásicos “acid trip”, de la misma época en la que habitaba esa música que nos hace escuchar. Sin embargo los personajes de Anderson, tienen los ojos abiertos, y en ese momento están “limpios” y listos para irse a dormir.

Los sueños y las repeticiones

Dos invitados a realizar pequeñas intervenciones son reclutados en esos recuerdos: Bill Murray, presente en cuatro de los cinco films del director (todos menos el de su debut) y Natalie Portman, con quien Anderson había rodado un corto anterior, Hotel Chevalier, especie de preludio o introducción a Viaje a Darjeeling, contando el noviazgo del personaje de ella con el interpretado por Jason Schwartzman.

Schwartzman es otro que vuelve a aparecer como actor -y esta vez también como coguionista de Viaje a Darjeeling-, ya que había protagonizado la segunda película de Anderson, Rushmore, en la que interpretaba a un rezagado estudiante de una escuela privada prestigiosa que se enamoraba de una profesora.

Los retornos se completan con el infaltable Owen Wilson, que ha estado en todas, menos en Rushmore, como actor, con la particularidad además de que en los tres primeros largometrajes ha trabajado también como coguionista junto a su amigo Wes.

El mundo neurótico

El viaje se aborda con la excusa espiritual, pero a los cinco minutos los hermanos comienzan a sacar una serie de remedios indios para la tos, calmantes, pastillas de las más variadas y ocurrentes que consumen constantemente. Los personajes están trazados con un marcador pesado de tal manera que se constituyen en clichés de sí mismos: Francis (Wilson) es el que ocupó el lugar de la madre ausente, Peter (Adrien Brody) el del medio unido al padre y sufriente ante al poder de Francis, Jack (Schwartzman) el más chico y por tanto sobreprotegido.

Lo único que puede configurar este mundo excesivamente neurótico y compulsivo, es el ridículo. Como en todas las películas de Anderson, los personajes juegan al límite del dandismo extravagante y la freakez más frita. Se los ve llevando sus manías al extremo, como si fuera parte natural del aire que deben respirar, hasta que en un momento descansan, se relajan, se conectan y se aceptan.

La hermandad freak









En todas sus películas encontraremos grupos vinculados por condiciones de exclusión de lo social. Asociados por intereses ridículos como en Rushmore o en The Life Aquatic with Steve Zissou, directamente hermandad sanguínea en Darjeeling o parentezco como en The royal Tenembaums. A pesar de que muchas veces Anderson parece sugerir que el ridículo y lo inexplicablemente surreal se esconde detrás de cualquier historia de vida, marca las diferencias de quiénes son los personajes que como un virus desperdigan su excentricidad, su fuera de lugar, y los que son contagiados por éstos, su víctimas irremediables.

Los personajes virus se mueven juntos, en grupos. En este caso los tres hermanos irrumpen en el tren causando algunos estragos menores, pero infestándolo de una dosis de caos determinante para que sean expulsados y abandonados en medio de la nada en un país desconocido.

Una vez que son abandonados nuevamente, por el tren ahora y no por su madre como cuando eran chicos, los hermanos tienen la experiencia de viaje en el desierto, en donde se “entonan” con el sinnúmero de drogas legales que pudieron conseguir apenas llegaron a India. El “viaje” de la película de Anderson, no está marcado como en Fear and Loathing in Las Vegas de Terry Gilliam, con el grotesco de objetos inanimados que comienzan a hablar, o percepciones desordenadas.

En Darjeeling, el viaje, está indicado por el trasplante de época. El peinado y los bigotes de Jack (Jason Schwartzman), las gafas de Peter (Adrien Brody). Todo indica un regreso a fines de los sesenta, principios de los setenta. La textura y el color en el que la fotografía nos habla, también nos inclina hacia esos años. La cámara en algunas escenas en particular, utiliza zoom, detalle prohibitivo en el cine comercial, que recuerda a las técnicamente desafiantes películas de Bruce Lee, sobre todo en las apariciones de la amenaza, del enemigo, del “malo”.

Cita con otra época

No es una película ambientada en los 60-70’s, son personajes de esa época transplantados en la actualidad. Reeditando ciertas búsquedas de aquellos momentos, como si hubiesen llegado viajando en el tiempo –una vez más la idea del viaje y la metáfora que ésta vehiculiza- portando ciertos objetos y características del pasado.

La cámara deja más pistas, los muestra en plano contra plano en los diálogos y muy pocas veces integrados a todos en el mismo. Típicas elecciones de aquellas estéticas. Cuando están en el desierto alrededor del fuego, “colocándose”, la mítica road movie Easy Rider de Dennis Hopper y Peter Fonda, aparece casi como en una cita directa.

Una vuelta a la niñez

Los personajes han quedado fijados en su infancia, en el abandono mismo de su madre. Esa fijación, es señalada con todas estas marcas que Anderson nos coloca. Hay algo de viaje iniciático también, la India, las drogas, la música. Algo de la fantasía de descubrimiento Beatle en la que ha quedado marcada la época.

El director ha dicho en una entrevista: “Sí, casi sin darnos cuenta. Jason Schwartzman parece uno de ellos, con ese bigote y paseándose con ese traje y descalzo, como si estuviera en la portada de Abbey Road. Si bien tiene en la banda sonora alguna música de sítaras, Anderson elige constantemente para ambientar, el mismo rock occidental que en esos momentos debieron escuchar los hermanos.

Y la madre los vuelve a abandonar. Y ellos vuelven a enfrentarse con los mismos miedos que cuando eran pequeños, y a representar los mismos papeles. Las maletas del padre muerto recientemente, que transportan durante toda la travesía, son el pasado hecho objeto, los recuerdos, sus traumas y el desenlace del film tiene que ver inteligentemente con eso.

El director vago

Anderson ha contestado sobre Darjeeling: “Mi prioridad es contar historias nuevas que entretengan. Hay quien dice que hago películas para rascarme el ombligo o para demostrarles a todos que soy cool. Otros dicen que siempre hago la misma película. Sí, hay cosas que se repiten. No me importa que mis obras sigan una misma corriente de pensamiento o que se las coloque juntas en una estantería. Pero me sorprende que se diga que The life aquatic es como Los Tenenbaum pero en un barco”.

Se lo defenestra como endiosa con demasiada rapidez a este todavía joven director. Se habla de él como perteneciente a la nueva generación que hace cine pero que no le importa el cine, o que se dedica a hacer películas que son videoclips extendidos. Por otra parte se lo reconoce como el que ha traído aire fresco a un cine norteamericano donde el no pertenecer al mainstream más duro de Hollywood a veces sugiere retomar críticamente hasta el hartazgo, en cierto regodeo de autoflagelación el despedazado sueño americano y las familias que lo encarnan.

Anderson ha traído imaginación, ironía, aventura y ridículo. Pero un ridículo que extrapola la evanescencia de una fantasía social pronta a desaparecer a otras características del comportamiento humano más arquetípicas.

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