miércoles, 26 de noviembre de 2008

La desescolarización desde la escuela


Todo el tiempo los docentes estamos lidiando con los baches del sistema educativo. Nos tocan alumnos que han circulado por los planes de la ciudad, por otros provinciales, o extranjeros; heterogéneos en formación, patrimonio simbólico, y experiencias de vida. De esta manera, nos vemos obligados no sólo a adaptar nuestra estrategia pedagógica, sino a intentar saldar ciertas deficiencias sin las cuales los nuevos conocimientos que tratamos impartir se harían imposibles de comprender.

Una anécdota que recuerdo, la última tal vez, es frente a un texto que me encontraba enseñando, cuyo título era “La muerte del autor”. Un alumno se me acerca con una observación simple y contundente: no había entendido nada. Cuando empezamos a repasar, solos los dos, para tratar de evitar que su vergüenza genuina lo afectara en su intención de solicitar que se le explicara de nuevo eso que le había pasado por completo de largo como si no le perteneciera, y comenzamos a  desandar el argumento definitivo del autor, concepto por concepto, entendí lo que realmente sucedía. Él no comprendía algo central, que provenía del título inicial: eso que se enunciaba como muerte, era una metáfora, y él, estaba intentado leerlo de manera literal. No se trataba de una muerte física, sino que era la desaparición simbólica de la figura del autor de lo que se estaba hablando. Recuerdo que respiré profundo tratando de ahogar con aire mi propio desconcierto y a través de una serie de ejemplos pudimos acordar de qué estaba tratando ese texto.

La pregunta que quedó flotando de esa experiencia es: ¿cuántas veces me habría pasado lo mismo? Es decir, creer que el simple sentido metafórico acordado, estaba siendo leído de manera literal. Y, dejando ese texto de lado, cuántas otras veces había ocurrido esto de suponer que el recorrido acerca de un tema estaba siendo comprendido, mientras que desde el título el resultado era desastroso.

Mi primera reacción fue repudiar el sistema educativo precedente: preescolar, primario y secundario. Después, despegándome de la frustración, pude pensar que la escuela, como cualquier institución, no es infalible. Pero no sólo eso, opera como explica un sociólogo de la educación en base al axioma: “de que el aprendizaje es el resultado de la enseñanza”. Ese alumno no podría operar en el mundo sin saber lo que era una metáfora, por lo menos si se trataba de un alumno que no estaba en pleno brote psicótico, imposibilitado de ver el mundo en un sólo nivel de significación. ¿Qué era lo que le impedía leer una metáfora como tal? La misma institución lo había acostumbrado a la literalidad que lo ubicaba en un papel tal, que, como si fuese una especie de esponja, solamente era  impregnado de saber mientras más fielmente asimilara las salpicaduras desparramadas por el encargado de impartirlo.   

Me permito citar:

 

“...las escuelas dividen cualquier sociedad en dos ámbitos: ciertos lapsos, procesos, tratamientos y profesiones son "académicos" y "pedagógicos", y otros no lo son. Así, el poder de la escuela para dividir la realidad social no conoce límites: la educación se hace no terrenal, en tanto que el mundo se hace no educacional.”

 

Illich, el autor de este fragmento, termina casi pidiendo la cabeza de las instituciones educativas. Yo soy más tímido para estas cosas, y creo que desde la misma institución, sin irnos todos de todos los ámbitos, podemos seguir generando alternativas para pensarla y modificarla. Y creo que el comienzo pasa por hacer concientes y luego deconstruir algunas prácticas que tienden no a la formación sino al formateo desconsiderado, al bloqueo imaginativo, a buscar la respuesta conductual. Hay que tratar de enseñar que a la universidad se va a tener una experiencia de aprendizaje, no a aprender, así, con la fuerza clausurante del infinitivo. Que lo enseñado en la universidad puede ser criticado y contrastado con la experiencia del afuera, que todo conocimiento no es utilitario: el estímulo de las capacidades de abstracción es un fin en sí mismo, la mismísima fuerza que permite que no practiquemos las mismas técnicas sobre realidades cambiantes, sino que podamos pensar el hacer respecto de nuestras propias necesidades y las del entorno.

Creo que la desescolarización, es un poco la desrobotización del alumno y el replanteo del rol del docente para lograrlo. Y no me refiero con este concepto a la utilización de por ejemplo una herramienta como una “guía de lectura” para acceder a un texto. No, no creo, que marcar el sentido del conocimiento que se quiere impartir sea el problema. Creo que el problema surge cuando clausuramos, cuando excluimos otras formas de saber como experiencias válidas, cuando ignoramos los caminos alternativos hacia el conocimiento, cuando tratamos de fijar en el alumno su papel de tal y no intentamos convertirlo en un sujeto que pueda autogestionar su propio saber.

 

La enseñanza de lo que no se sabe

 

Otra anécdota, ésta más interesante, es la que cuenta el filósofo Jacques Rancière, sobre un profesor francés que comienza a dar clases en una universidad holandesa. Mucho de sus nuevos alumnos, no hablaban francés, y él no hablaba holandés, por lo que estaba bastante limitado en su enseñanza. A Jacotot, este es el nombre del profesor, se le ocurre entonces, dejarles a sus alumnos, en un periodo anterior al comienzo del curso, una edición bilingüe (francés-holandés) de un libro. No esperaba demasiado de esta experiencia, era tan sólo un intento, y bastante desesperado y azaroso –ya que se había encontrado por casualidad con la edición reciente de este libro– de intentar tener algún avance que le permitiera poder comenzar en un nivel más o menos aceptable el dictado de sus clases. Para su sorpresa, al terminar el plazo, sus alumnos habían conseguido redactar en francés las respuestas sobre el significado del texto que él les había dejado. Cotejando la correspondencia de las palabras y su ubicación, habían llegado a un léxico y una gramática. No tenían un manejo fluido de la lengua, pero estaban listos para empezar con lo necesario del curso. Jacotot, entonces, se hace una pregunta: ¿cómo es posible que ellos hayan aprendido sin que yo les haya enseñado cómo debían hacerlo? y más aún, ¿cómo he enseñado algo que yo desconocía?

Creo que en esta anécdota hay algo que explica un poco también la pregunta inicial de este breve artículo, que tal vez vaya más allá de las que se hace Jacotot: ¿cómo puedo enseñar algo que intuyo que no saben, pero que no sé qué es? La manera de lidiar con los huecos que la institución va dejando en sus enseñanzas, con la anacronía de los planes de estudio frente a la realidad simbólica, con las faltas de atención de los alumnos en los distintos momentos del trayecto educativo, es imposible que se logren saldar con la reposición del docente.

En la anécdota, Jacotot, interesa a sus alumnos, los desafía, les muestra un camino y les da su confianza que pueden lograrlo a través de las mismas consignas que les entrega para resolver el problema.

Lograr alumnos creativos y tratar de interesarlos para que afronten la resolución de problemas, no exige necesariamente el clisé del docente-clown, que debe interpretar papeles como si los alumnos estuviesen esperando entretenimiento. El docente es el mismo, lo que debe entenderse es que el discurso a manejar debe ser distinto.

No trataré acerca de una metodología, justamente creo que desde el espacio en el que estamos situados, se trata de buscarla y encontrarla y volver a empezar permanentemente. No es un tema sencillo, es un tema para pensar y para intentar actuar al respecto, cada día en el aula, con el desafío de un auditorio en el cual debemos generar a la vez de las inquietudes acerca del tema tratado, una intención de pensarse como sujetos de conocimiento, pensar su práctica profesional, la institución que la brinda y lograr buscar y encontrar un camino hacia el aprendizaje.

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