miércoles, 26 de noviembre de 2008

Luces y apellidos


Hay en el MALBA un video de Liliana Porter. Allí puede verse una pareja de novios de cera, unos muñequitos que forman una sola vela. La mecha está sobre la cabeza de él, cuando la cera chorrea como naturalmente siempre lo hace la cera de una vela, él llora. El video de Porter es divertido, ingenioso, técnicamente sencillo pero bien logrado. No dejo de pensar igualmente que si ese video lo hubiese hecho cualquier otra persona, Liliana Potter por ejemplo, no estaría ahí. Porter se ha hecho de un nombre, y el MALBA le viene dando cada vez más espacio. A cierta edad todos ya nos hemos dotado de elementos para determinar si una obra nos gusta o no. Nos hace llorar, o reír o pensar o querer salir corriendo, o reaccionar de alguna manera. Ya todos nos hemos dado cuenta que eso tiene que ver con nuestra propia historia por un lado y con el nivel de alfabetización que podamos llegar a tener sobre el arte que estamos espectando. El video de Porter ha logrado más que el resto de su obra minimalista y conceptual sobre mí, e igual sigo teniendo la sensación que son los vaivenes del mercado los que tienen instalado ese video que me gusta mucho allí y no la determinación estética de nadie.

En el Jardín Botánico hay muchos chicos y chicas, porque ese es el público que va a este tipo de eventos, reunidos para escuchar a un músico y dos poetisas. Una de ellas da por sobreentendido que la gente viene igualmente convocada por ellas y por el músico. La poesía no suele convocar esa cantidad de gente. Una se dedica a llevar poesía a la gente, la otra a llevar la gente a la poesía, por supuesto en un ambiente donde la mayoría fue a escuchar al músico, la segunda es más aplaudida y más escuchada. La idea es buena, un músico emergente, cuyas letras están repletas de imágenes y climas singulares, que modela su música él solo con su guitarra y sus pedales ahí mismo en el escenario, donde diferentes sintagmas, algunos improvisados, sampleados y loopeados en vivo van construyendo un diálogo, y al lado dos mujeres que cada dos temas leen unos 10 minutos. Parece intuirse en la oscuridad poética de la noche botánica que la poesía está funcionando desde su narrativización en los 90 de una manera parecida a la compositiva del músico. Unas capas que tienen que ver con lo predominantemente poético y otra con la conformación de un relato clásicamente narrativo. Es la estrategia que ha desarrollado como género para subsistir, para atraer el público joven y no le ha ido nada mal estos últimos años. Toda esa gente tolera de pie, es más aplaude (aunque lo hace cuando finaliza cada poesía, hecho que confirma que no están habituados a la escucha del género), y estoy seguro que a algunos inclusive se les llega a despertar casi como si hubiese sido una ocurrencia propia, muy despacito, las ganas de leer poesía. La idea de que la poesía no es tan aburrida y que puede ser parte del mercado de la lietaratura queda clara, el chico estremece.

El músico llora en algunos momentos spintteanos, como si fuese el muñequito de la vela. Hay algo en su voz y la simpleza con la que confiesa sus sentimientos más infantiles y dulces que a las mujeres enamora y que por lo mismo los hombres admiran y envidian. “Aristimani”, dice un amigo que no se puede aprender el apellido del músico, o que ya lo hace como gracia, “habla de la cañería y pareciera que se está desgarrando”. Aristimani-Aristimuño es de esos músicos que generan intimidad, una atmósfera de cercanía pudenda, a tal punto que despierta la sensación de que estaría bueno tomar algo con ellos, o que alguna vez se va a tener con él una charla en donde se cuenten cosas importantes.

El video de Porter-Potter, termina mostrando como la pareja de novios sigue bailando y girando mientras la cabeza del novio ha desaparecido y en su lugar se encuentra la llama de la vela frente a la cara de la novia. En un momento Aristimani-Aristimuño dice “me hice cargo de tu luz” y parece esa parte.

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